sábado, 1 de noviembre de 2014

Flacas, gordas, tetonas, rubias y morenas.

Y todas están buenas.
Hace días estaba en Instagram y a través del aviso de una amiga llegué al perfil de una chica que había adelgazado 50 kg en un año, cosa admirable, por un lado.
La cosa es que ahora publica fotos suyas literalmente, en los huesos, dando a entender que ahora es la más feliz del mundo y cuando estaba gordita, era el ser más desgraciado sobre la tierra.

Y un huevo.

Yo llevo siendo gordita (o gorda, que no pasa nada por decirlo así, tal cual es) toda mi santa vida. A los 14 años y en pleno pavo (el mío era enooorme, con un plumaje espléndido, y unos gorgoritos que se oían desde arriba de el Micalet), perdí 22 kg. Y con ellos, se fueron la mata de mi pelo, y la fuerza de mis uñas. Flaca, pelá, y sin uñas. Una adonis, vamos.
Cuando estudiaba bachiller por cuestiones de nervios y porque me andaba casi 3 km todos los días, adegacé casi 20. Qué mona debía estar yo con 20 kg menos, ¿no? Pues no.
En esos dos años, cogí todos los virus habidos y por haber, porque además de kilos, había perdido también defensas.

Ahora vuelvo a abultar más de lo que “toca”, pero soy una flor de lechuga verde (a no ser que la analítica del día 13 lo desmienta) y fresquita con patas. Y el pelo se me sigue cayendo. Cada vez que me lavo el pelo en mi casa es un dramón.
Cuando me miro al espejo claro cambiaría más de una parte de mi cuerpo, pero por mí, no por nadie más. Por sentirme más cómoda cuando me veo desnuda. No soy una mujer sin complejos, por supuesto que los tengo.
Pero me quiero más de lo que me quiere nadie.
En pijama (esos pijamas que nos hacen engordar cuatro o cinco kilos, da igual de donde los compres), sin maquillar y despeinada nadie es sexy, y quien diga lo contrario, evidentemente miente, así de claro.

Pero si te gusta y sabes elegir bien como vestirte (y me refiero a no vestirnos con dos tallas de menos y no respirar, porque al final los renglones que hay entre la espalda y el culo buscan la salida a tanto aglutinamiento), te das cuenta de que no hace falta ser la Chiffer para verte mona.
Yo me gusto y sé que gusto. Veo la cara de mi otra mitad cuando me mira, y dudo que con 20 kg menos me mirara igual.
Que no hombre que no, que la sociedad es nuestra peor enemiga para estas cosas. Pero no vale con echar la culpa a la sociedad y quedarnos ahí. Recordad queridos amigos, queridas amigas y queridas familias, que la sociedad somos nosotros mismos.
Los que estigmatizamos a la gorda y alabamos a la flaca. Los que defendemos a la morena y tomamos el pelo a la rubia, porque es tonta perdida.
Un estudio realizado por unas amigas y yo, hace algo así como un porrón de años, determinó que, al final, los chicos las prefieren  “normalitas” para una relación seria.
¿Ninguna ha tenido al típico amigo chulito que sólo salía con pivones de adolescente? Sí, esos que llevaban los polos con el cuello levantado, a veces piercing, olían como dios, y eran catalogados como infollables para la mayoría de las féminas del mundo. ¡Ah! Y presumían de cambiar de tía como de hoja del calendario. La mayoría de los guays de mi quinta, están emparejados sí, pero con chicas como tú o como yo nena, nada que ver con las pavas tetonas, maquilladas como puertas y con una sonrisa en la boca. Ésas que parecía que ni cagaran.
Pues ahora los ves con chicas normales, de las que cagan, mean, y se suenan los mocos de vez en cuando.

Así que,  queridas regordetas, bajitas, altas, con tetas pequeñas…somos el motor que mueve el mundo.

¡Quereros coño! Todas estamos follables, aunque a unas les cueste más verlo que a otras.



¡Aquí me encontraréis!


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1 comentario:

  1. Como me he reído con las últimas palabras. Parece que es un mensaje oculto dirigido a Raquel jajajaja.

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