martes, 10 de febrero de 2015

De cómo reaccionar cuando no te gusta un regalo (sin matar a nadie)

A todos nos han hecho regalos feos. Pero feos de los que te tienes que esforzar y pensar eh, sonríe ahora, vomita después, y no mates a nadie.

Yo recuerdo alguno. Más de uno, la verdad.

En mi 13 cumpleaños, una (imbécil) de mi clase, tuvo la magnífica idea de regalarme El libro de las virtudes  y valores para niñas, que no era más que un tochaco de libro, con cuentos que enseñaban valores. Con 13 años. Lo mejor es que se nos puso a leer uno, y luego a explicárnoslo. En concreto, el que leyó, daba las directrices a las niñas para ser unas señoritingas. Señoritinga mis cojones. A esa edad yo jugaba al futbol con los chicotes, no quería poner lavadoras, ni prepararle después de comer cafés a mi padre (aunque lo hacía por las circunstancias de mi casa, pero lo hacía porque me tocaba, no porque me lo decía el puto cuento).

¿Quién tiene el santo cuajo de regalar una bufanda para reyes? Macho, una bufanda de punto, nada de lana, que son las que abrigan.
Y claro, ahí es cuando tú abres mucho la boca y los ojos, y dices uaau, justo me hacía falta una. Esto ha pasado. Es real. 
Así que, investigando un poco, he llegado a la conclusión de que existen varios tipos de regalos que no gustan, y cada uno de ellos tiene su correspondiente reacción.

Por un lado, los regalos inservibles. Y entran en este grupo pues los pisapapeles, imanes de nevera, o estos separadores de libros que pesan un quintal y se salen del propio libro, ¿sabéis lo que os quiero decir, no? 
Reacción: ay, ¡pero qué bonito!

Luego están éstos megagrandes. Me refiero a la ropa. Desenrollas el regalo y te ves una prenda de ropa dos o tres tallas más que la tuya. Lo cual explica cómo te ve la simpática o simpático que te ha hecho el regalo.
 Y tú ¿qué dices? Ay, ¡pero qué cómodo!

En el tercer lugar del ránking encontramos los regalos que ni Dios se pondría. Ni siquiera quien te lo ha regalado lo usaría. Y yo qué sé qué es lo que entra en este grupo. Un pijama de ovejitas, por ejemplo, no sé. 
Tu reacción es de lo más comedida. Ay, ¡pero qué buen gusto!

Y por último, los regalos fantasma. Y son fantasma porque nunca se ven. Se pasan un mes diciéndote lo bonito que va a ser tu regalo, a lo te vas a cagar. Y luego nunca aparecen. Suele darse el caso cuando el que regala es un amigo al que no vemos mucho. Eso que quedáis para que te lo de, cenáis, tomáis algo, y a la hora de irse te dice, uy, olvidé tu regalo.
Y tú…tú no dices nada, porque no hay regalo.

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